domingo, 30 de mayo de 2010

¿Qué has hecho con mis datos?

Las redes sociales se han convertido en una alternativa para relacionarse pero entrañan ciertos riesgos.

Apple luchó por hacer de la tecnología una obra de arte, Microsoft quiso poner un ordenador en cada casa, Google cultiva una imagen marcada por cierto idealismo acerca de la información como bien público. Los fundadores de estas compañías tienen en común no sólo el poseer una filosofía empresarial clara, sino también un mismo perfil de éxito contemporáneo: el hecho de que, al final, no triunfa el chico más popular del instituto, sino el friki, el chico raro que se encerró en un garaje a poner en marcha un sueño o una visión que nadie comprendía y que después fue una revolución.

El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, comparte con Steve Jobs, Bill Gates, Larry Page y Sergei Brin la circunstancia de haber hecho una fortuna desde su condición de chico raro pero brillante. Con todo, si Apple, Microsoft y Google se consideran a sí mismas como empresas con un núcleo ético fundamental, el Facebook que inventó Zuckerberg a modo de directorio virtual para sus compañeros de Harvard, está mereciendo las peores críticas precisamente por sus prácticas éticas en materia de privacidad.

Con cerca de quinientos millones de usuarios, es difícil que Facebook no tenga a su vez millones de críticos, pero el fenómeno está conociendo tanto eco que Zuckerberg ha tenido que salir al paso para atajarlo. Su esfuerzo, sin embargo, ha sido en vano: los usuarios siguen criticando el no poder controlar su información, el que esa información sea visible a terceros, y el que esos terceros tengan no sólo los intereses propios del mirón sino también intereses comerciales. Las quejas, aun así, se basan menos en la gravedad de estos hechos que en una amargura singular, quizá característicamente norteamericana: la sensación de que Facebook ha traicionado la buena fe y la confianza de sus usuarios, al tiempo que ha pervertido su vocación de hacer del mundo un lugar más abierto y conectado mediante la posibilidad de que la gente comparta los datos que quiere compartir. La decepción, claro, se hace rotunda cuando uno encuentra que, en la práctica, está compartiendo información que no quería compartir.

Por supuesto, hay no poco de ironía en estas quejas, cuando diversos comentaristas han apuntado que, precisamente, Facebook va de todo menos de intimidad, es más, que Facebook ejemplifica no pocos rasgos del narcisismo contemporáneo, cierto afán de parecer interesante a toda costa, la necesidad cada vez mayor de tener un perfil público porque la red nos ha hecho personajes más públicos que antes, en una civilización donde el término “íntimo” ya sólo remite a cuestiones de lencería. Los estudios sobre uso real de Facebook, además, dan cuenta de un dato singular: si de los novelistas se han dicho que son, en esencia, unos voyeurs, la transversalidad de Facebook debe de hablar de la novelería y la curiosidad inscritas en el corazón humano, pues, como ha señalado Laura McGann, del Laboratorio Nieman de Periodismo, Facebook es un ejemplo de voyeurismo a escala masiva.

Nada de esto, naturalmente, implica que uno consienta que sean otros los que manejen su propia información, más aún cuando las redes sociales permiten tantas cosas positivas: reencuentros, fortalecimiento de nuevas amistades, expresión de apoyos a una causa o la promoción del propio trabajo. Como fuere, los problemas de privacidad de Facebook se añaden al viejo dilema de cibercortesía de aceptar o no aceptar la petición de amistad de alguien a quien conocimos alguna noche perfectamente olvidable.

Fuente: http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/que-has-hecho-datos

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